David se levantó por la mañana
temprano. Se miró al espejo y se miró a si mismo y a sus ojos azules.
<<Dioses…Mi vida no tiene sentido…>> Desde hacía unos meses su
padre estaba enfermo y él, a sus quince años, se tenía que encargar de la
librería. Ya ni siquiera iba a la escuela. Se pasó el cepillo por el pelo sin
penas peinarse y descendió las escaleras hacia la planta baja.
Abrió la puerta, levantó
la chapa y barrió el suelo. En toda la mañana nadie entró en la tienda.
<<Como siempre. Siempre está vacía.>> Su vida era una mierda. Se
pasaba todo el día trabajando o apoyado en el mostrador. Sin saber por qué, sus
ojos se desviaron a su muñeca derecha. Allí estaban. Las cuatro cicatrices
horizontales. Resopló y se levantó a duras penas. No era momento para aquello,
en la parte trasera de la tienda quedaban un montón de libros por ordenar y no
lo iban a hacer ellos solitos.
Mientras estaba ahí
detrás, la campanilla de la puerta sonó. En lo que pedía un segundo para
terminar el trabajo, la campanilla volvió a sonar. David dejó los libros y
corrió hacia la tienda. Allí ya no había nadie. Solo un libro encima del
mostrador. Lo cogió y lo levantó. Las letras doradas brillaron bajo las luces de la tienda con una caligrafía exquisita, sobre las tapas de cuero antiguo. <<”Cinderbell”>> Lo abrió y se encontró las páginas en blanco. Las
hojeó todas. Ninguna estaba escrita.
Nadie volvió a entrar en la
librería en todo el día. Ya en su habitación cogió la cuchilla de afeitar de su
padre y dejó el libro junto al lavabo. Se miró de nuevo al espejo y vio sus
ojeras. <<Yo…no estoy haciendo nada malo. Solo…quiero que todo esto
acabe…>> Cogió la hojilla y la acercó a su muñeca. En un primer momento
no sintió nada, apenas el palpitar de su corazón acelerado, pero cuando el
metal se hundió en la carne y el líquido rojo comenzó a manar y a gotear sobre
el lavabo, se sintió libre. Notaba el frío del acero dentro de él, cómo si le
poseyera, cómo si le llenase por dentro y la sensación de ver cómo aquellas
pequeñas gotitas rojas pintaban tan armoniosamente el blanco de la piedra del
lavabo le hacía sentir como si estuviese en otro lugar. Puso la hojilla bajo el
grifo y dejó que el agua la limpiara y le limpiase. Sin querer le dio un codazo
al libro que cayó al suelo y se abrió. <<Oh, mierda.>> Se agachó a
recogerlo, una gota de su sangre cayó a una de las páginas y sin
más…desapreció. Al segundo brotaron unas letras rojas en el papel:
No hay comentarios:
Publicar un comentario