jueves, 4 de septiembre de 2014

Sangre y tinta

      David se levantó por la mañana temprano. Se miró al espejo y se miró a si mismo y a sus ojos azules. <<Dioses…Mi vida no tiene sentido…>> Desde hacía unos meses su padre estaba enfermo y él, a sus quince años, se tenía que encargar de la librería. Ya ni siquiera iba a la escuela. Se pasó el cepillo por el pelo sin penas peinarse y descendió las escaleras hacia la planta baja.
      Abrió la puerta, levantó la chapa y barrió el suelo. En toda la mañana nadie entró en la tienda. <<Como siempre. Siempre está vacía.>> Su vida era una mierda. Se pasaba todo el día trabajando o apoyado en el mostrador. Sin saber por qué, sus ojos se desviaron a su muñeca derecha. Allí estaban. Las cuatro cicatrices horizontales. Resopló y se levantó a duras penas. No era momento para aquello, en la parte trasera de la tienda quedaban un montón de libros por ordenar y no lo iban a hacer ellos solitos.
      Mientras estaba ahí detrás, la campanilla de la puerta sonó. En lo que pedía un segundo para terminar el trabajo, la campanilla volvió a sonar. David dejó los libros y corrió hacia la tienda. Allí ya no había nadie. Solo un libro encima del mostrador. Lo cogió y lo levantó. Las letras doradas brillaron bajo las luces de la tienda con una caligrafía exquisita, sobre las tapas de cuero antiguo. <<”Cinderbell”>> Lo abrió y se encontró las páginas en blanco. Las hojeó todas. Ninguna estaba escrita.
      Nadie volvió a entrar en la librería en todo el día. Ya en su habitación cogió la cuchilla de afeitar de su padre y dejó el libro junto al lavabo. Se miró de nuevo al espejo y vio sus ojeras. <<Yo…no estoy haciendo nada malo. Solo…quiero que todo esto acabe…>> Cogió la hojilla y la acercó a su muñeca. En un primer momento no sintió nada, apenas el palpitar de su corazón acelerado, pero cuando el metal se hundió en la carne y el líquido rojo comenzó a manar y a gotear sobre el lavabo, se sintió libre. Notaba el frío del acero dentro de él, cómo si le poseyera, cómo si le llenase por dentro y la sensación de ver cómo aquellas pequeñas gotitas rojas pintaban tan armoniosamente el blanco de la piedra del lavabo le hacía sentir como si estuviese en otro lugar. Puso la hojilla bajo el grifo y dejó que el agua la limpiara y le limpiase. Sin querer le dio un codazo al libro que cayó al suelo y se abrió. <<Oh, mierda.>> Se agachó a recogerlo, una gota de su sangre cayó a una de las páginas y sin más…desapreció. Al segundo brotaron unas letras rojas en el papel:


Solo una gota de sangre vale para comenzar la guerra. David Luxor, déjate arrastrar al infierno que tú mismo has creado. Deja que tus pesadillas se conviertan en realidad y véncelas. La sangre derramada se cobrará su precio. Ahora, responde, ¿Quieres escapar a tu destino? 



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